martes, 13 de octubre de 2015
Chávez murió, el petróleo cayó y Maduro
fracasó. Por José Toro Hardy
Curiosa campaña electoral la que estamos viviendo. En lugar de
hablar del futuro, los candidatos del chavismo hablan del pasado y
se aferran desesperadamente a Chávez: “Chávez vive”, repiten. Las
loas al “comandante eterno” maximizan su imagen mientras minimizan
la figura del actual.
Por José Toro Hardy / La Patilla
Quieren crear una religión entorno a la figura de Chávez, como si
pretendiesen vender la idea de que va resucitar para venir a
rescatarlos de los entuertos creados por el líder que lo remplazó.
Pretenden imitar el culto que los argentinos construyeron entorno a
Perón, quien murió el 1 de julio de 1974 -hace 41 años- pero cuyo
recuerdo aún gravita sobre la política argentina. Pero las diferencias
entre Chávez y Perón son notorias. El último llegó a gobernar una
nación que estuvo a punto de franquear la barrera entre en tercer
mundo y el primero. Cuando uno aterriza en Buenos Aires (Ezeiza)
sobrevuela kilómetros y kilómetros repletos de industrias. Y donde
hay industrias, hay sindicatos. Ese era el secreto de Perón: sindicatos,
enormes y poderosos -que además adoraban a Evita- que le
sobrevivieron y que mantienen vivo su legado político.
Pero el comandante eterno no cuenta con esa ventaja. En Venezuela
hasta los sindicatos fueron arrasados. Por eso Chávez murió y no
será revivido. Quienes lo sustituyeron no tienen la autoridad moral
para alimentar ningún mito.
Además, cayeron los precios del petróleo. Chávez llevaba una P de
petróleo grabada en la frente. Basó su campaña electoral en una
crítica feroz contra PDVSA y la Apertura Petrolera. Contó con la
suerte de que el 2 de julio de 1997 estalla una crisis en Bangkok que
afectó a Tailandia, Malasia, Indonesia y Filipinas, repercutiendo
también fuertemente en Taiwán, Hong Kong y Corea del Sur y en
menor grado a Japón e incluso a Singapur. Se la denominó la
“primera gran crisis de la globalización“. Aquello provocó una caída
inesperada en la demanda mundial de petróleo, que disminuyó en dos
millones de barriles diarios con respecto a lo esperado. El resultado
es que se desplomó el precio de los hidrocarburos.
En Venezuela el impacto fue brutal. En su peor momento la cesta
venezolana llegó a 7 dólares el barril. Muchos creyeron que Chávez lo
había previsto y que era un genio. Su popularidad creció como la
espuma y en diciembre de 1998 arrasó en las elecciones. Ocurrió
entonces otro fenómeno. La fuerte caída de los precios del petróleo
estimuló una aceleración de la economía mundial y una rápida
recuperación de los países afectados por la crisis, con lo cual se
restableció la demanda y se fortalecieron los precios.
En los años siguientes Chávez navegó sobre una ola de precios
petroleros nunca antes imaginados. De 7 dólares el barril llegaron a
116 dólares. Nunca entendió aquel líder que la característica
fundamental de los precios del petróleo es su volatilidad y, en lugar
de aprovechar aquel maná caído del cielo para promover una
economía sustentable capaz de resolver de manera permanente los
problemas sociales, se embarcó en políticas marcadamente
populistas que lograron su objetivo: lo transformaron en un fenómeno
político que lucía invencible. Pero en realidad era un ídolo con pies
de petróleo, quiero decir de barro.
El sucesor de Chávez se encuentra ahora con dos problemas
insuperables: Ya no está el comandante, ni tampoco cuenta con los
ingresos petroleros que aquel disfrutó. En la actualidad cayeron
hasta uno 40 dólares. Sin esos dos elementos, el legado que intenta
mantener vivo ya no es viable.
La economía se hunde en problemas insuperables (al menos dentro
del actual modelo): Venezuela padece la inflación más alta del mundo,
el déficit fiscal resulta inmanejable, el bolívar fuerte se ha
transformado en una de las monedas más débiles del mundo, la
escasez –con un aparato productivo destruido por tres quinquenios
de expropiaciones, controles y políticas irracionales- resulta
insoportable, las colas que padecen los venezolanos cada día
también lo son, ya no hay dólares, sin materias primas ni repuestos
la industria se viene abajo, el PIB cae a niveles nunca antes
imaginados (10% según estima el FMI), la inseguridad es rampante,
faltan las medicinas, la salud y la educación destrozadas, el
endeudamiento del estado y de sus empresas es abrumador, al país
se le ha cerrado el crédito, PDVSA está severamente dañada,
además la crisis eléctrica y la falta de agua agobian a Venezuela
entera, al igual que la corrupción, la ineficiencia y el dogmatismo. La
lista de los problemas es casi infinita. Es una crisis inducida por el
populismo y el marxismo. Culpar de ellos a la “derecha maltrecha” o
a una “guerra económica” supone presumir que el pueblo es idiota.
Y no lo es. Las encuestas nos dicen que la popularidad del actual
gobernante ha caído a niveles deprimentes. Según José Antonio
Gil -de Datanálsis- entre el 2012 y el 2015, el chavismo se ha
reducido a la mitad. Y según nos dice la encuesta Venebarómetro
al mes de septiembre el 77,9% de los ciudadanos valoran
negativamente la gestión del gobierno de Maduro, el 89,3% piensa
que la situación del país es negativa y agrega la encuestadora:
casi 9 de cada 10 venezolanos les gustaría que cambiara la
conducción del país. Según la encuestadora Hercon, a septiembre
el 82,7% de los ciudadanos evaluaba negativamente la gestión de
Maduro, el 82,6% piensa que las cosas van por mal camino y
responsabilizan por ello al modelo impuesto por Nicolás Maduro.
Según IVAD el 76,9% le tiene poca o ninguna confianza al mandatario
en tanto que la encuestadora de Alfredo Keller sostiene que el 80%
de los propios chavistas creen que un cambio es necesario.
Tres hechos resultan pues incuestionables: Chávez murió, el petróleo
cayó y Maduro fracasó.
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