opinión
Charito Rojas
El Carabobeño / ND |
Racionando las sobras
27 Agosto, 2014
“Siempre ha sido un misterio para mí como puede haber hombres que se sienten honrados con la humillación de sus semejantes”.
Mahatma Gandhi
Mahatma Gandhi
Los parques industriales de Venezuela parecen ciudades fantasmas; las calles desbordan de buhoneros y basura; carros viejos, accidentados, chocados, conforman el sistema automotor más viejo de Latinoamérica; las tierras, improductivas por la acción combinada de la confiscación, la inseguridad y el desamparo; el comercio, reducido a su mínima expresión por la ausencia de divisas y abundancia de impuestos y amenazas.
Mientras el país pierde sus mejores talentos, ahuyentados por la inseguridad y el tenebroso panorama económico y político, quienes se quedan ven día a día mermar sus ingresos gracias a la devastadora inflación provocada por una revolución que extinguió las riquezas de este país petrolero. El desanimo y la furia se combinan, sin que haya un camino cierto a seguir para liberarse de las cadenas cada vez más pesadas que agobian a los venezolanos.
Se acabó el pan de piquito. O sea, no hay dólares. La revolución hipotecó los ingresos de Venezuela por las únicas vías que conoce: corrupción e ineptitud. Ahora se enfrenta a una situación crítica, donde un mercado asfixiado por un suicida control cambiario que en 11 años no ha aflojado sino que se torna cada vez más férreo, produce reacciones inflacionarias, escasez por ausencia de producción y mecanismos retorcidos de aprovechamiento de lo poco que hay.
En Venezuela las explicaciones son obvias para quien no tenga obnubilado el entendimiento por un carguito, un contrato o el fanatismo adorador: no hay alimentos porque la agricultura, la ganadería y la agroindustria están boqueando; no hay vehículos, lubricantes, repuestos, porque a la industria automotriz no le dan divisas y está en un cierre nada virtual.
Los buhoneros existen porque no hay empleo formal; los contrabandistas, porque los precios en Venezuela son inferiores a los de Colombia. Cuando era al revés y un bolívar valía 11 pesos, el contrabando era de Colombia para Venezuela. Y los vecinos no tenían escasez por eso.
Los bachaqueros son hijos de la revolución: existen porque hay desabastecimiento. Si los automercados estuvieran full aprovisionados, qué sentido tendría que un cristiano hiciera colas de 10 horas, desde las 3 de la mañana para comprar provisiones que luego venden al cuádruple de su precio original a quienes trabajan y no pueden o no quieren hacer esas colas. El bachaqueo no existía cuando había abastecimiento. Si todos podían comprar lo que querían, nadie tenía por qué hacer la cola por ellos ni salir a vender fuera del sistema de expedíos los alimentos.
En una movida característica de la miope torpeza del régimen, ataca las consecuencias de sus erradas medidas económicas y no las causas que provocan la aberración. Perturban el libre mercado, acaban con la producción, condenan a la empresa privada y cuando tienen el agua al cuello, decretan más controles. Ejemplo contundente del fracaso económico del gobierno es el chip contra el contrabando de extracción con la gasolina. El chip lo sacan de la manga cuando se ven con el agua al cuello, comprando a precios internacionales la gasolina que no producía la Pdvsa cada vez más comprometida en el financiamiento de los inventos misioneros y regalos a los países compinches del finado. El subsidio de la gasolina local y la “venta” a precio preferencial a los chulos, arroja pérdidas que el gobierno trató de achacar al contrabando. Entonces sometió a los habitantes del Zulia y del Táchira al tormento del “chip”: grandes colas para sacarlo, grandes colas en las gasolineras. Total que en el 2012 cuando implantaron el chip dijeron que lo extenderían a 15 estados. Pero no funcionó. Los ciudadanos que no son bachaqueros ni contrabandistas están fastidiados con el chip y la gasolina sigue transitando por la frontera, hasta en los propios camiones de Pdvsa, ante la mirada lejana de quienes debían velar porque esto no suceda pero prefieren ganar mucho dinero. Como para recuperar el que pagaron para que los destacaran en puestos fronterizos, pues.
Sin embargo, esta experiencia no los escarmentó. No entienden que mientras se llene un tanque en Venezuela con 5 bolívares mientras en Colombia cuesta el mismo tanque 90 dólares, habrá contrabando aunque inventen mil chips y aunque la guardia se ponga pilas con la ley.
Ahora nuevamente están atacando las consecuencias de sus errores en lugar de enderezar el entuerto que los originó. Después del saqueo continuo contra los fondos públicos, ahora quieren repartir las sobras que quedan después del festín revolucionario, humillando a los ciudadanos que constitucionalmente tienen absoluto derecho de comprar lo que deseen, en las cantidades que requieran. El llamado Sistema Biométrico no es más que un captahuellas similar al que usa el CNE en las elecciones y el Saime en los aeropuertos, que racionará mediante un sistema automatizado de información las compras de los productos que escasean. Si usted compra por ejemplo pasta, no tiene que poner la huella pero sí deberá hacerlo si compra los productos escasos: harinas, arroz, leche, azúcar, papel higiénico, café, margarina, aceite, pollo, carne, champú, jabón de tocador, detergentes, lavaplatos.
Este sistema de humillación ciudadana, además da al gobierno control por hambre. Será el dueño de la dignidad y de la mesa de los venezolanos, pero no solucionarán el problema. Las colas seguirán mientras haya escasez y muchos revolucionarios dedicados al bachaqueo mentaran madre al heredero por jorobarles el negocio o buscarán la manera de encompincharse con “los de adentro” para seguir comprando más cantidad de la permitida. Los dueños de automercados correrán con los costos de las fulanas maquinas captahuellas (dicen que está sobre los 800 dólares por unidad) y por supuesto que los enchufados estarán felices con la comisión de compra venta de más de 50.000 maquinitas. Porque las van a colocar también en las cadenas de farmacias y en las ventas de cemento y materiales de construcción.
Ya se produjo la reunión entre el superintendente de “precios justos” y el CNE, que al parecer va a prestar los captahuellas electorales y la base de datos (ojo con esto) para que se pueda cumplir la amenaza de tener las biométricas instaladas en todo el país para el 30 de noviembre.
Para completar la guerra del gobierno contra la economía del país, con la justificación de contener el contrabando, un decreto presidencial prohíbe la exportación de 21 productos de la cesta básica y de 11 productos de tocador y limpieza. El régimen cree que con esta prohibición, aparecerán por arte de magia los alimentos que no se consiguen, las afeitadoras o champús y hasta los insumos medico y farmacéuticos. Todavía el gobierno no entiende que no se están produciendo o importando porque el mismo gobierno no da divisas a los productores.
Las aguas están movidas, las sobras son pocas y las bocas muchas. Las peleas de automercado son vergonzosas y diarias. La paciencia tiene en muchos venezolanos límites con su dignidad. Ya hay movimientos en contra y las protestas se asumen cercanas. El heredero, que no muestra su partida de nacimiento como sí obliga a las madres a mostrar la de sus hijos para poder comprar pañales, ha comenzado a trastabillar con sus habituales “nadie está apurado”, “a mí nadie me aconseja”, “yo no creo en encuestas” y hasta expresó que el captahuellas “no es obligatorio”. Si no lo es, entonces para qué tanta alharaca, que se ahorre y nos ahorre esos reales que bien pudieran servir para pagar la deuda que tiene con el sector salud, ya en estado crítico.
Como decía el canto de la guerra federal, “el cielo encapotado anuncia tempestad”. Así vemos el horizonte inmediato, con un gobierno que reafirma que no aflojará control de cambio, que va hacia la hegemonía comunicacional, que actúa amañando las leyes, que cada día tiene más enemigos… Y menos recursos para pagar el bozal de quienes lo mantienen en el poder.
La torpeza gubernamental está afectando no solo al ciudadano de a pie, sino a los boliburgueses, a los protectores del contrabando, a los dueños de los galpones fronterizos, a los comisionistas de las grandes compras. Ya hasta los chulos se están retirando y están haciendo sus compritas petroleras detalladas en mercados secundarios ante las fallas del suministro venezolano. Y los chinos saben bien que “si no hay lial no hay lopa”.
El gobierno no está honrando sus deudas nacionales ni internacionales. La crítica situación venezolana incluye una inmensa raya con las aerolíneas y con proveedores internacionales que ya no despachan al país si no está el dinero sobre la mesa. En octubre se vence una importante cuota de bonos país. Allí sabremos si es cierto que la revolución se comió hasta el queso y si las sobras serán suficientes para evitar la trepidación que ya comenzó.
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