martes, 20 de octubre de 2015

Chavez murió,:...José Toro Hardy

martes, 13 de octubre de 2015

Chávez murió, el petróleo cayó y Maduro 

fracasó. Por José Toro Hardy


Curiosa campaña electoral la que estamos viviendo. En lugar de
 hablar del futuro, los candidatos del chavismo hablan del pasado y 
se aferran desesperadamente a Chávez: “Chávez vive”, repiten. Las 
loas al “comandante eterno” maximizan su imagen mientras minimizan
 la figura del actual. 
Por José Toro Hardy / La Patilla 
Quieren crear una religión entorno a la figura de Chávez, como si 
pretendiesen vender la idea de que va resucitar para venir a 
rescatarlos de los entuertos creados por el líder que lo remplazó. 
Pretenden imitar el culto que los argentinos construyeron entorno a 
Perón, quien murió el 1 de julio de 1974 -hace 41 años- pero cuyo 
recuerdo aún gravita sobre la política argentina. Pero las diferencias 
entre Chávez y Perón son notorias. El último llegó a gobernar una
 nación que estuvo a punto de franquear la barrera entre en tercer
 mundo y el primero. Cuando uno aterriza en Buenos Aires (Ezeiza) 
sobrevuela kilómetros y kilómetros repletos de industrias. Y donde 
hay industrias, hay sindicatos. Ese era el secreto de Perón: sindicatos,
 enormes y poderosos -que además adoraban a Evita- que le 
sobrevivieron y que mantienen vivo su legado político. 
Pero el comandante eterno no cuenta con esa ventaja. En Venezuela 
hasta los sindicatos fueron arrasados. Por eso Chávez murió y no 
será revivido. Quienes lo sustituyeron no tienen la autoridad moral 
para alimentar ningún mito. 
Además, cayeron los precios del petróleo. Chávez llevaba una P de 
petróleo grabada en la frente. Basó su campaña electoral en una 
crítica feroz contra PDVSA y la Apertura Petrolera. Contó con la 
suerte de que el 2 de julio de 1997 estalla una crisis en Bangkok que 
afectó a Tailandia, Malasia, Indonesia y Filipinas, repercutiendo 
también fuertemente en Taiwán, Hong Kong y Corea del Sur y en 
menor grado a Japón e incluso a Singapur. Se la denominó la 
“primera gran crisis de la globalización“. Aquello provocó una caída 
inesperada en la demanda mundial de petróleo, que disminuyó en dos
 millones de barriles diarios con respecto a lo esperado. El resultado 
es que se desplomó el precio de los hidrocarburos. 
En Venezuela el impacto fue brutal. En su peor momento la cesta 
venezolana llegó a 7 dólares el barril. Muchos creyeron que Chávez lo
 había previsto y que era un genio. Su popularidad creció como la 
espuma y en diciembre de 1998 arrasó en las elecciones. Ocurrió 
entonces otro fenómeno. La fuerte caída de los precios del petróleo 
estimuló una aceleración de la economía mundial y una rápida 
recuperación de los países afectados por la crisis, con lo cual se
 restableció la demanda y se fortalecieron los precios. 
En los años siguientes Chávez navegó sobre una ola de precios 
petroleros nunca antes imaginados. De 7 dólares el barril llegaron a 
116 dólares. Nunca entendió aquel líder que la característica 
fundamental de los precios del petróleo es su volatilidad y, en lugar 
de aprovechar aquel maná caído del cielo para promover una 
economía sustentable capaz de resolver de manera permanente los 
problemas sociales, se embarcó en políticas marcadamente 
populistas que lograron su objetivo: lo transformaron en un fenómeno
 político que lucía invencible. Pero en realidad era un ídolo con pies 
de petróleo, quiero decir de barro. 
El sucesor de Chávez se encuentra ahora con dos problemas 
insuperables: Ya no está el comandante, ni tampoco cuenta con los 
ingresos petroleros que aquel disfrutó. En la actualidad cayeron 
hasta uno 40 dólares. Sin esos dos elementos, el legado que intenta 
mantener vivo ya no es viable. 
La economía se hunde en problemas insuperables (al menos dentro 
del actual modelo): Venezuela padece la inflación más alta del mundo,
 el déficit fiscal resulta inmanejable, el bolívar fuerte se ha 
transformado en una de las monedas más débiles del mundo, la 
escasez –con un aparato productivo destruido por tres quinquenios 
de expropiaciones, controles y políticas irracionales- resulta 
insoportable, las colas que padecen los venezolanos cada día 
también lo son, ya no hay dólares, sin materias primas ni repuestos 
la industria se viene abajo, el PIB cae a niveles nunca antes 
imaginados (10% según estima el FMI), la inseguridad es rampante, 
faltan las medicinas, la salud y la educación destrozadas, el 
endeudamiento del estado y de sus empresas es abrumador, al país 
se le ha cerrado el crédito, PDVSA está severamente dañada,
 además la crisis eléctrica y la falta de agua agobian a Venezuela 
entera, al igual que la corrupción, la ineficiencia y el dogmatismo. La 
lista de los problemas es casi infinita. Es una crisis inducida por el 
populismo y el marxismo. Culpar de ellos a la “derecha maltrecha” o 
a una “guerra económica” supone presumir que el pueblo es idiota. 
Y no lo es. Las encuestas nos dicen que la popularidad del actual 
gobernante ha caído a niveles deprimentes. Según José Antonio
 Gil -de Datanálsis- entre el 2012 y el 2015, el chavismo se ha
 reducido a la mitad. Y según nos dice la encuesta Venebarómetro 
al mes de septiembre el 77,9% de los ciudadanos valoran 
negativamente la gestión del gobierno de Maduro, el 89,3% piensa 
que la situación del país es negativa y agrega la encuestadora: 
casi 9 de cada 10 venezolanos les gustaría que cambiara la 
conducción del país. Según la encuestadora Hercon, a septiembre 
el 82,7% de los ciudadanos evaluaba negativamente la gestión de
 Maduro, el 82,6% piensa que las cosas van por mal camino y 
responsabilizan por ello al modelo impuesto por Nicolás Maduro. 
Según IVAD el 76,9% le tiene poca o ninguna confianza al mandatario 
en tanto que la encuestadora de Alfredo Keller sostiene que el 80% 
de los propios chavistas creen que un cambio es necesario. 
Tres hechos resultan pues incuestionables: Chávez murió, el petróleo 
cayó y Maduro fracasó. 

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