viernes, 2 de enero de 2015

Los elegidos Héctor Faundez

Los elegidos

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Una vez más, dejando de lado los procedimientos constitucionales, el régimen ha procedido a copar todos los poderes públicos, sin un amplio debate público, sin consultar a la sociedad civil, sin buscar a los mejores, y sin dejar espacio para el pluralismo político que fortalece las democracias. Es posible que, entre los elegidos, pueda haber algunas personas honestas y capaces. Pero no nos engañemos; la experiencia demuestra que, para los fines que interesa, el compromiso ideológico es el sustituto de la idoneidad moral, y el sometimiento a las directrices de Miraflores es el sucedáneo de la competencia profesional.
No hay que hacerse ilusiones. No es que, con su nueva conformación, el TSJ va a ser más independiente o va a prestar más atención al espíritu y la letra de la Constitución. No es que, a partir de ahora, se van a acabar las sentencias folclóricas o los exabruptos que no cometería ni un estudiante de segundo año de Derecho. No es que con estos nuevos jueces, absolutamente desconocidos en la academia y en el foro jurídico, el Poder Judicial dejará de ser el brazo ejecutor de las venganzas y represalias políticas de quienes nos gobiernan. De allí no va a surgir el equivalente a un juez John Sirica o a un fiscal como Archivald Cox, que tuvieron el coraje de enjuiciar nada menos que a un presidente de Estados Unidos.
No es que, al fin, vamos a tener una Contraloría dispuesta a velar por la correcta ejecución del gasto público, a investigar los casos de corrupción más escandalosa que, desde hace 16 años, se han practicado con la absoluta convicción de que quedarían en la impunidad, que han acabado con los recursos del Estado, y que han corroído la moral pública. No es que el recién nombrado defensor del pueblo vaya a cesar de ser el defensor del gobierno, que mira impasible el trato que se da a los presos políticos o la forma como se reprime manifestaciones estudiantiles, para asumir con dignidad el papel que le señala la Constitución; no es que, a partir de ahora, se velará por el respeto al trabajo que realizan los defensores de derechos humanos y se estará atento a la utilización de la justicia con fines políticos. No vaya usted a creer que con el “nuevo” Consejo Nacional Electoral va a cesar la propaganda descarada que, desde los medios de comunicación del Estado, se ha venido haciendo en favor de los candidatos del gobierno, o que los procesos electorales serán más justos y transparentes.
Podemos mirar expectantes cómo se comportarán los recién nombrados y cuál será el estilo que caracterizará la gestión de cada uno de ellos; habrá motivos para alegrarse si cualquiera de ellos actúa con decencia y con decoro. Pero no seamos ingenuos. Quienes acaban de ser designados en el TSJ, el CNE, la Fiscalía General de la República, la Contraloría o la Defensoría del Pueblo no son funcionarios al servicio del Estado, dispuestos a cumplir la misión que les señala la Constitución; con esos nombramientos, que también les han sido impuestos a los diputados del PSUV en la Asamblea Nacional, solo se garantiza el fiel cumplimiento de las decisiones que se adopten en Miraflores.
No debemos esperar que los que han sido señalados por el dedo de Miraflores vayan a insuflar nuevas ideas y nuevas actitudes en el comportamiento de las instituciones del Estado, trayendo un poco de esperanza a quienes creen en el Estado de Derecho. Se trata de un simple relevo, en el cual los nuevos actores van a representar exactamente los mismos papeles de sus antecesores. No hay que ilusionarse; no hay nada que haya cambiado o que vaya a cambiar como consecuencia de la incorporación de quienes han sido designados por el gran elector. Ellos saben perfectamente que no tienen ni el carácter ni la estatura moral para actuar con independencia, en cumplimiento de lo que manda la Constitución. Tampoco hay espacio para escuchar la voz de la conciencia y actuar con dignidad. Sencillamente, ellos son parte de la gran estafa en que se han convertido todas las promesas de estos últimos 16 años. Lamentablemente, la farsa continúa. ¡Feliz año, amigo lector!

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