sábado, 20 de septiembre de 2014

No es ficción: El Gobierno. .....Gloria M. Bastidas

No es ficción: el Gobierno está al borde de un ataque de nervios

Por Gloria M. Bastidas @gloriabastidas.- Lo que, en el fondo, le preocupa al Gobierno es que las calificadoras de riesgo, desde la china Dagong hasta la norteamericana Standard & Poor’s, van al quid del asunto: alertan que en Venezuela podría desatarse una crisis económico-política de proporciones mayúsculas y advierten que el riesgo de default está presente.. No se puede hablar del apocalipsis en el paraíso de la revolución.


Por Gloria M. Bastidas @gloriabastidas.- El Gobierno está al borde de un ataque de nervios. Parece un hijo putativo de Almodóvar. No puede con tantos frentes abiertos. Desde el del virus chikungunya hasta el de la escasez de alimentos. Desde el del dengue hasta el de la falta de medicinas. Pero el problema que más le cuesta metabolizar, el que hace que se atragante, el que logra que pierda los estribos, es el de una eventual cesación de pagos. La palabra default en labios de Ricardo Hausmann y de Miguel Ángel Santos, era una bofetada. Pero puesta a circular por la calificadora de riesgo Standard &  Poor’s, que ha bajado esta semana la nota de la deuda soberana, es casi un nocaut. Y eso ha puesto mal al Gobierno, que se sabe escrutado por los grandes sabuesos de las finanzas. El test de Wall Street es demasiado importante como para reprobarlo. Y el Gobierno lo sabe muy bien. No se puede dar el lujo de salir aplazado. Por eso ha hecho un intento por parecer capitalista y ha dicho, para que no quede ningún margen de duda, que honrará la deuda con los tenedores de bonos. No importa que los estatutos del PSUV hablen de marxismo.  No importa. Lo que importa es garantizar el poder. Y estar bien con Wall Street es una condición para ello.
Claro que el Gobierno querría hacer lo que hace el protagonista de la novela Crimen y Castigo de Dostoiesvski: asesina a la usurera que lo subyuga. Desde luego que el Gobierno desearía convertirse en un Raskólnikov, que cree que los fines humanitarios justifican el asesinato de la codiciosa Alíona Ivánovna. El Gobierno querría fusilar a Wall Street. Le encantaría mandarla al paredón, como suele hacerse en los regímenes totalitarios con quienes osan amenazar a la hegemonía gobernante. Pero no puede. Wall Street es otra cosa. Wall Street no es Simonovis. Wall Street no es Leopoldo López. Wall Street no es Franklin Brito. Wall Street no es Sairam Rivas. Wall Street no es Fedecámaras. Wall Street es una deidad ante la cual el gobierno revolucionario tiene que subordinarse. Wall Street es la cruda realidad del poder global. Un asunto grande, a lo Alvin Toffler. Y los hijos de Chávez tienen eso demasiado claro. La pregunta es: ¿Por qué, si el Gobierno efectivamente va a cumplir con sus compromisos de deuda externa, entra en pánico cuando en el horizonte asoma la palabra default? ¿Por qué la palabra default coloca al Gobierno al borde de un ataque de nervios? ¿Por qué lo irrita tanto?
Porque, aunque el Gobierno honrara la deuda de cerca de 7 mil millones de dólares (entre capital e intereses) que vence en octubre, para lo cual deberá hacer maromas, tiene un problema de caja estructural. Y un problema de caja estructural se traduce en una grave amenaza para la paz social. El Gobierno puede que pague los vencimientos inmediatos, ¿pero podrá pagar los que vienen luego? ¿Y cuál es el costo que tiene que asumir (y de eso hablaron Hausmann y Santos en su artículo), en términos de gobernabilidad, al darle prioridad a Wall Street en lugar de pagar la deuda que tiene con el sector alimentos, con el sector salud, con el sector automotriz? La herida que el Gobierno no quiere que le toquen es ésa. El Gobierno sabe, en el fondo, que está metido en un problemón. Y Standard & Poor’s, con su lenguaje financiero, se lo ha recordado. El paisaje que se le viene encima a la revolución es el de la época de las vacas flacas y una crisis política.
Por eso el Gobierno está al borde de un ataque de nervios. Porque sabe que su insolvencia arrojará fuertes conflictos en casa. Y que esos conflictos pueden estremecerlo. O defenestrarlo. No es necesario que caiga endefault con los tenedores de bonos para que su poder se vea amenazado, aunque una cesación de pagos a escala internacional sería una situación ultra complicada. Su poder también se puede ver amenazado más allá de que honre sus compromisos de deuda externa. Porque cumplir con los compromisos de deuda externa a costa de que la gente no obtenga medicinas ni alimentos implica un precio muy, muy alto. La situación interna del país puede hacerse insostenible. Y eso es lo que advierten los analistas que están monitoreando las cuentas del Gobierno. Desde la calificadora china Dagong Global Credit, que bajó la nota a la deuda de Venezuela de BB+ a BB- en julio pasado —y sobre cuyo dictamen Maduro hizo mutis, mientras que a Hausmann lo amenazó con un juicio— y señaló que los desequilibrios macroeconómicos exacerbarían el malestar social en el país, hasta Standard & Poor’s, que sostiene que las distorsiones económicas y la polarización aumentan el riesgo de un incumplimiento de pagos de la deuda externa.
Lo que realmente le preocupa al Gobierno es que las calificadoras—y los economistas— van al quid del asunto: alertan que en Venezuela podría desatarse una crisis económico-política de proporciones mayúsculas. Una crisis Inmanejable. Y eso, a Maduro, no le gusta que se lo recuerden. No se puede hablar del apocalipsis en el paraíso de la revolución.
El Gobierno, probablemente, apostaba a un alza de los precios del petróleo para capear el temporal. Calculaba que la crisis del Oriente Próximo dispararía el precio del crudo y que ese factor lo ayudaría a cuadrar la caja. Eso no ha ocurrido hasta ahora. El periodista José Suárez Núñez recordaba esta semana, en un artículo publicado en Tal Cual, que, en 1973, a propósito de la Guerra de Yom Kipur, el precio del barril pasó de 2,83 dólares a 10,41 dólares. Pero lo que se aprecia hoy es que, a pesar de que hay un conflicto internacional que involucra a actores petroleros, la cotización del crudo no se ha disparado. Y un factor que ha jugado un papel clave en esto es que, como recordaba Moisés Naím en una de sus columnas, Estados Unidos vive una revolución energética que ha incidido en un aumento de la oferta petrolera. Hoy día produce (la cifra es citada por Suárez Núñez) 9,7 millones de barriles diarios cuando antes su producción estaba en 5,3 millones de barriles diarios.  Casi el doble.
Eso también debe poner nervioso al Gobierno: que los precios del crudo no se hayan disparado. Esa variable juega mucho en el tema de la gobernabilidad. Así que no sólo es el asunto de un eventual default (hoy o después), sino que sobre el precio del petróleo se cierne una sombra. De pronto el Gobierno se percata de que lo que ha sido su sostén político-electoral,  de que lo que le ha permitido financiar un proyecto a todas luces inviable, es ahora un potencial enemigo. Sí, el precio puede ser un enemigo.  ¿Cómo estará la cotización mañana? ¿Caerá más? El azar es también un enemigo. Y jamás cumplieron con lo que prometieron, que hubiera sido una forma de compensar el azar. ¿O no hablaba Chávez, al inicio de su primer mandato, de un Fondo de Estabilización Macroeconómica, que es como decir la alcancía de la República? Chávez en 1999 exhalaba un aire noruego y hablaba del ahorro. Del futuro. Pero qué lejos estamos de los noruegos. Los noruegos cuentan con un fondo soberano —una alcancía— que asciende a 800 mil millones de dólares. Ese astronómico monto está destinado a la seguridad social y al desarrollo económico del país. Y Venezuela, de un millón de millones de dólares que recibió en 15 años, sólo cosecha deudas.
Hay una gran diferencia entre cómo puede manejar una inmensa fortuna un país con visión y cómo puede manejarla un país gobernado por un caudillo mesiánico que piensa más en sí mismo que en las cuentas macroeconómicas. Eso es lo que Maduro no quiere que le recuerden, y lo que tiene al Gobierno al borde de un ataque de nervios: que por no haber administrado bien los colosales recursos que recibió el chavismo ahora la revolución está en graves aprietos. Y que las implacables leyes de la economía —no los edictos emitidos por el Estado revolucionario, que parten de la base de que los problemas se arreglan por decreto—se lo pueden llevar todo por delante. Uslar Pietri lo planteaba muy bien: decía que mientras Adam Smith describió una realidad en su obra  La riqueza de las naciones (a partir de la observación, explicó cómo funcionaba el mercado y en qué consistía el libre juego de la oferta y la demanda), Carlos Marx la inventó.
Y esa realidad marxista tiene algo de falso: está montada sobre una utopía. Es, por así decirlo, una realidad irreal. Que la palabra default se convierta en una etiqueta, en un término de uso común en Venezuela y afuera —en una matriz— es lo que lleva de cabeza al Gobierno. Puede que él lo sepa, que en su fuero interior esté consciente de que puede caer en cesación de pagos, pero no quiere que se lo recuerden. No quiere que se lo recuerden porque, si se lo recuerdan, la advertencia ejerce un impacto psicológico en los inversionistas y agrava aún más la crisis. No quiere que se lo recuerden porque, si se lo recuerdan, queda en evidencia que el exceso de irrealidad amenaza con hundir a Venezuela y, con ello, devorarse el proyecto que Chávez comenzó a construir cuando estaba en el Ejército. O mucho antes: cuando era cadete de la Academia Militar y apuntaba en su diario que algún día le gustaría llevar las riendas de su país.
Como está al borde de un ataque de nervios, el Gobierno se convierte en una entidad peligrosa. Es capaz de todo: hasta de clausurar las viñetas de Rayma porque son un electrocardiograma que revela, con la firma autógrafa del comandante, el estado de postración en que está Venezuela. Un Gobierno al borde de un ataque de nervios (y con vocación revolucionaria) no se refugia en la valeriana para calmar su ansiedad. Un gobierno al borde de un ataque de nervios del tipo del que estamos hablando no apela a los psicotrópicos para controlar sus emociones. Un gobierno al borde de un ataque de nervios de estirpe autoritaria apelará a las armas más bajas para tratar de controlar la situación. Para que el problema no se le vaya de las manos en términos de gobernabilidad. Para no perder el poder. Un gobierno al borde de un ataque de nervios ve la palabra defaultpor una cara de la moneda y por la otra ve la tanqueta de la represión. Eso es lo que Maduro teme tanto que le recuerden: que va a pasar a la historia como un gorila porque la crisis social que se incuba no le dejará margen de acción y tendrá que reprimir más —muchísimo más— de lo que ha reprimido este año.

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